martes, 17 de noviembre de 2009

No es anual.



Cuando caminando por la calle, de noche, me calan de pronto los huesos de las manos y mi cara se entumece de frío, se me adormece también la memoria e invariablemente me acuerdo de ti y de los tiempos en que tus sábanas eran el portal a una dimensión cálida, en la que el sexo era ese recoveco de nuestros pechos donde podíamos recargar nuestras cabezas. Era un mundo incomprensible en el que el miedo se reducía a esa sensación de que la noche se acaba y en donde tu perfume era tuyo y de nadie más. Nunca una cama fue tan cómoda, nunca un sueño tan apacible, nunca mi peso tan ligero, nunca el invierno tan frío, nunca unos brazos tan cálidos y nunca una compañía nocturna tan natural. Creo que hay episodios en la memoria de todos en que, repentinamente, los sentidos se alteran y, al volver a la normalidad, un universo entero se desvanece para no volver a experimentarse jamás. Es como ese mundo primigenio y lleno de luz del que, según los filósofos, fuimos despojados. Lo olvidamos, alcanzando a distinguirlo desde las sombras. A veces algún estímulo nos lleva de vuelta, inesperadamente, a ese mundo que creíamos perdido y sufrimos, porque recordar es reiterar el término. A mí me pasa cuando caminando por la calle, de noche, me calan de pronto los huesos de las manos y mi cara se entumece de frío. Contaminaste con tu recuerdo el invierno. Era mi momento favorito del año. Ahora, por desgracia, mi momento favorito no es anual. Está atrapado en los confines del tiempo.

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