jueves, 8 de marzo de 2012

8 de Marzo del 2011, Día Internacional de la Mujer.


Aproximadamente hace un año, un grupo de estudiantes del gobierno estudiantil del Campus para el que trabajo cometió lo que podría ser -por ponerlo en los mejores términos- un error honesto. En algunos puntos del Campus aparecieron carteles que invitaban a celebrar el Día Internacional de la Mujer que se acercaba. Entre ellos se encontraba uno con la leyenda "La mujer es un hermoso defecto de la naturaleza", frase célebre del poeta John Milton. Colgada quizás con las más buenas intenciones -y las más naive-, la selección de la frase era sintomática de un total desconocimiento del valor simbólico de una conmemoración como la del Día Internacional de la Mujeres y de los derechos humanos de igualdad que ésta reclama.

Naturalmente, el suceso despertó la molestia de un sector importante de la comunidad estudiantil. Con la intención de abrir el debate y reflexionar en torno al sentido profundo de los hechos, el gobierno estudiantil, en conjunto con muchos de los reclamantes, organizó un diálogo que llamó "8 de marzo: Jornadas de reflexión sobre la mujer intelectual en el siglo XXI". El resultado fue un ejercicio que abrió el debate a las ideas y, me parece, implicó un crecimiento importante para la comunidad estudiantil. En ese contexto, mis compañeros de la carrera de Letras Españolas me invitaron a realizar una intervención en torno al papel de las pensadoras y filósofas a lo largo de la historia. Aquí les comparto el resultado, a un año:


Las pensadoras feministas contra el binomio de género.

Una multiplicidad de experiencias.

Martín H. González Romero


Cuando mis compañeros de la carrera de Letras me pidieron que escribiera una breve intervención para hablar sobre mujeres filósofas y pensadoras, en el marco de un esfuerzo de conciliación a propósito de la controversia desatada en el Campus en torno al Día Internacional de la Mujer, quise saber con quién iba a estar acompañado en el Panel. Como lo supuse, iba a estar rodeado de mujeres. Así pues, por ridículo que pudiera sonar, siento la necesidad de justificar mi presencia en un panel de reflexión en torno a la mujer: ¿cuál es la razón de que un hombre se pare, frente a un grupo, para hablar sobre mujeres?

En ese sentido, puedo argüir, en primera instancia, que no es de mi intención hablar aquí de mujeres, porque acaso va siendo tiempo de que los hombres renuncien a las mujeres como un objeto de estudio y comiencen a hablar sobre lo que ellas hacen. Va siendo hora de que identifiquemos a las mujeres como sujeto creador de distintos productos de esfuerzo intelectual: científico, social y artístico. De la mujer como protagonista central y artífice del pensamiento. Hace falta que dejemos de reflexionar en torno a ellas y profundicemos en su obra y sus ideas. Necesitamos olvidar la supuesta función de la mujer en nuestra sociedad y, acaso, finalmente, reconozcamos que ninguna clase de ser humano existe ‘en-función’ de ningún otro.

Por lo demás, baste decir que yo, como hombre, también combato, día a día, el exclusivismo del logocentrismo occidental, que concibe al hombre-heterosexual-blanco, como único protagonista de su destino y del destino de su comunidad. Esta intervención no es un elogio de la mujer, sino un elogio a su trabajo, que significó y sigue significando para mí una herramienta importante para la construcción de la identidad. El esfuerzo de las mujeres intelectuales de la segunda mitad del siglo XX y de los albores del siglo XXI puso los cimientos para un aparato de pensamiento profundo, y sistemático, que me da hoy a mí el sustrato intelectual para comprenderme como el protagonista de mi propio destino. Fue gracias a las batallas del pensamiento de las mujeres que hoy reconocemos el derecho a la diferencia. Quiero dedicar este espacio para celebrar el trabajo puro y duro de mujeres que se han encargado de voltear a verse a ellas mismas y desarrollar un cúmulo de convenciones del pensamiento que, con sus discrepancias y diferencias, hoy se erige como toda una escuela del pensamiento: los feminismos.

Pero no quiero dejar de comenzar desde el principio y hacer resaltar algunos episodios del trabajo de las mujeres en la historia del pensamiento humano. Los esfuerzos del revisionismo masculinista se encargaron muy pronto de hacer desaparecer o, por lo menos, de oscurecer la relevancia de las filósofas de la época clásica: se trata de mujeres de la escuela platónica, dialécticas, epicúreas, estoicas, pitagóricas, etc. El protagonismo de las mujeres griegas y latinas en el desarrollo de las primeras tradiciones del pensamiento intelectual es difuso, precisamente, por la lejanía de la época y por las distintas turbulencias ulteriores que destruyeron muchos de los registros escritos de la época. Aunque es sabido que algunos especialistas arguyen la posibilidad de ideas originarias de mujeres de la filosofía clásica, atribuidas o plagiadas por los filósofos que hoy conocemos.

Destaca, sin embargo, el caso de Hipatia de Alejandria, una de las filósofas clásicas con la historia más documentada hasta nuestros días, acaso por los distintos episodios controvertidos que rodean su historia como mujer pensadora en la época clásica: su trágica muerte y su posible vinculación con la Antigua Biblioteca de Alejandría. En su Historia de las mujeres filósofas, publicada en 1692, Gilles Menage hace un recuento de numerosas pensadoras de la época clásica, de la única manera que podía esperarse para un filólogo de su época: rastreando enciclopédicamente cada una de las menciones posibles en el acervo libresco de la época clásica.

Se refiere allí a Hipatia como “mujer muy versada en cuestiones filosóficas y matemáticas. Hija y discípula del filósofo, geómetra y matemático Teón de Alejandría, más docta que su padre y maestro” (Ménage, p. 78) comentario que ya es bastante osado tanto como para la época de Hipatia como para la de Ménage. Cabe, también, recuperar un episodio documentado en que la filósofa responde a las pretensiones de uno de sus discípulos: “Añade que a uno de sus oyentes, que moría de amor por ella, Hipatia le mostró los paños manchados de las menstruaciones y le dijo: ‘De esto te has enamorado, oh, adolescente!’, y allí paró el ánimo de este” (Ménage, p. 81). Destaca la consciencia del propio cuerpo femenino de Hipatia y la agresividad con que utiliza éste como argumento de autoridad. Si bien aquí se utiliza como referencia de lo grotesco, la geografía del cuerpo de la mujer seguiría siendo protagonista de las discusiones en torno al género ya avanzando el siglo XX y particularmente en la tercera ola del feminismo y más allá de ésta.

Volviendo a la historia, no es sorpresa que sea a finales del siglo XVII en que aparece esta primera Historia de las mujeres filósofas, de Gilles Menage. Se acercaba ya el siglo de las luces y el pensamiento ilustrado abrió grandes espacios para el debate y la reflexión. En el prólogo a esta Historia de las mujeres filósofas, Rosa Rius Gatell revela que el detallado trabajo del filólogo es el producto de su admiración por distintas protagonistas del nacimiento de una Francia ilustrada. “Me parece verdaderamente relevante que, al conocerlas, reconociera su saber, un saber estrechamente vinculado con la ‘cultura de la conversación’, aquella revolución generada a raíz del particular fenómeno cultural de los ‘salones’. (Ruis Gatell en Ménage, p. 20)” Desde una perspectiva doméstica, en la que se le ha tratado de encajonar espacialmente, la mujer de la Francia del siglo XVIII logró encontrar formas propicias para la incorporación de sus líneas del pensamiento en el espacio intelectual público.

Más de un siglo después de que Ménage se ocupara de reconstruir las contribuciones de las pensadoras clásicas, Arthur Schopenhauer, filósofo alemán en sintonía con el pensamiento kantiano, profundizaba en los prejuicios biologistas que se usaban como justificación para atribuir inferioridad a la mujer. “La naturaleza muestra una gran predilección por el sexo masculino. Él posee el privilegio de la fuerza y la belleza; en el campo de la satisfacción sexual le corresponde sólo el placer, mientras que a la mujer le tocan todas las cargas y las desventajas. (Scopenhauer, pp. 35-36)” No sólo Schopenhauer parece no tener idea de qué es una enfermedad de transmisión sexual, sino que sus textos primordialmente misóginos como El arte de tratar a las mujeres, están repletos de esta clase de diatribas lapidarias y categóricas.

Mientras que las primeras feministas del siglo XX se ocuparon del derecho al sufragio y, posteriormente, la obtención de derechos civiles generales, a mí me interesan particularmente las feministas que están más alineadas al pensamiento filosófico y a la reflexión en torno a la experiencia humana del género. Estoy hablando de feministas de la diferencia como Annie Leclerc, Hélène Cixous, Luce Irigaray y Julia Kristeva. Su obra, que descubro poco a poco desde mi formación especializada en literatura, aborda la experiencia femenina como una que se asume desde una perspectiva plural, deconstruye simbólicamente el ser femenino y asume las diferentes formas vivir el género como una experiencia. Alimentadas ora por el pensamiento postmoderno, ora por las teorías postestructuralistas, marcaron la pauta para el descubrimiento del sujeto y la experiencia que no sigue las normas binarias del logocentrismo occidental: que hay distintas formas de ser hombre y de ser mujer y que los ideales del binarismo son inalcanzables.

Naturalmente, mi primer acercamiento a las feministas fue a través de la literatura. Pero no fue a través de la displicente categorización genérica que durante toda mi formación literaria se me trató de inculcar como la ‘escritura con el cuerpo’; como si las mujeres no pudieran escribir con la cabeza, como el resto. La Teoría Literaria Feminista de Toril Moi fue el primer texto teórico desde una perspectiva de género que leí siendo estudiante.

Con “¿Quién teme a Virginia Woolf? Lecturas Feministas de Woolf”, Toril Moi introduce el esfuerzo documental de su Teoría Literaria Feminista. Y no sorprende, porque Virginia Woolf es acaso una de las figuras más tempranas y más recordadas del feminismo. Su carácter protagónico en el imaginario contemporáneo se debe acaso no sólo a la influencia intelectual que Woolf tuvo en su época, sino también especialmente a que se trata de una escritora de textos literarios. El texto de Moi rebate algunos de los ataque más contundentes a la obra de Woolf, particularmente en la híbrida novela-ensayo Three Guineas.

El texto introductorio de Moi es, además, la oportunidad de la autora para establecer sus propias posturas en torno a la teoría de la literatura desde una perspectiva feminista. Para Toril Moi, el feminismo está metafísicamente comprometido con la destrucción de las oposiciones binarias del ser sexuado y su relación con la construcción de una identidad a partir de roles. De acuerdo con Moi, ese compromiso con la relativización, opuesta a un logo-centrismo, debería de extenderse hacia una relativización de orden epistemológico. Aboga no sólo por buscar la inclusión femenina en el orden simbólico, sino por la negación del mismo.

Estos mínimos descubrimientos, desde una perspectiva intelectual, significaron, para mí, la ayuda más esencial para la construcción de una identidad personal de género. No debe un hombre convertirse en un hombre normal, no debe la mujer convertirse en un hombre ni, mucho menos, limitarse a un modelo establecido de mujer. No hay, en esas búsquedas artificiales, construcción de identidad. La hay en el reconocimiento de las distintas experiencias y en posicionarse a sí mismo como sujeto de su propia construcción.

Espero que estos apuntes queden como una muestra de mi admiración, no por el género femenino, que no está ahí para ser admirado, sino por su trabajo profundo e intelectual. Su trabajo me ha permitido no sólo, justificar mi presencia en este panel, sino que me ha enseñado a explicar mi presencia en este mundo.

Referencias:

Ménage, Gilles. Historia de las mujeres filósofas. Barcelona: Herder Editorial, 2009

Moi, Toril. "¿Quién teme a Virginia Woolf? Lecturas Feministas de Woolf." Moi, Toril. Teoría Literaria Feminista. Madrid: Ediciones Cátedra, 1988. 15-32.

Schopenhauer, Arthur. El arte de tratar a las mujeres. Bogotá: Villega Editores, 2005.

martes, 17 de noviembre de 2009

No es anual.



Cuando caminando por la calle, de noche, me calan de pronto los huesos de las manos y mi cara se entumece de frío, se me adormece también la memoria e invariablemente me acuerdo de ti y de los tiempos en que tus sábanas eran el portal a una dimensión cálida, en la que el sexo era ese recoveco de nuestros pechos donde podíamos recargar nuestras cabezas. Era un mundo incomprensible en el que el miedo se reducía a esa sensación de que la noche se acaba y en donde tu perfume era tuyo y de nadie más. Nunca una cama fue tan cómoda, nunca un sueño tan apacible, nunca mi peso tan ligero, nunca el invierno tan frío, nunca unos brazos tan cálidos y nunca una compañía nocturna tan natural. Creo que hay episodios en la memoria de todos en que, repentinamente, los sentidos se alteran y, al volver a la normalidad, un universo entero se desvanece para no volver a experimentarse jamás. Es como ese mundo primigenio y lleno de luz del que, según los filósofos, fuimos despojados. Lo olvidamos, alcanzando a distinguirlo desde las sombras. A veces algún estímulo nos lleva de vuelta, inesperadamente, a ese mundo que creíamos perdido y sufrimos, porque recordar es reiterar el término. A mí me pasa cuando caminando por la calle, de noche, me calan de pronto los huesos de las manos y mi cara se entumece de frío. Contaminaste con tu recuerdo el invierno. Era mi momento favorito del año. Ahora, por desgracia, mi momento favorito no es anual. Está atrapado en los confines del tiempo.