lunes, 4 de febrero de 2008

Veinte minutos bastaron.



People come and go and walk away,


but I'm not going anywhere.
-Keren Ann





How long I have waited, waited just to love you


now that I have found you, don't ever go.




-Burt Bacharach





Recién llego, cual Madame Bovary, de salir de compras con el propósito de calmar graves penas. Descubrí que es imposible y, como quien no quiere el destino que la Bovary tuvo en el arsénico, decidí dedicarme a formas más terapeúticas de redención. Ya llevo mucho tiempo en el proyecto de no dejar que los dramatismos del "temperamento artístico" acaben de lleno con los indispensables pragmatismos de la vida cotidiana pero, ¿quién puede limpiar una habitación en donde la gente entra y sale sin ningún tipo de consideración?


Todo fue muy rápido. Al principio me alarmó la intensidad de la sensiblería y el caracter tan secundario de la libido. ¿Quién no se enamoraría de ti, Martín? Quisiera robarme ese esbozo de sonrisa que se dibujó en tu boca. Me asustaba, sobre todo, lo vulnerable que me ponían esas frases tan cursis y tan fuera de contexto en una persona tan, como yo, devota al lenguaje sarcástico. Solía (o al menos lo mencionó una vez) empeñarse en buscar la manera de sonrojarme. Tú no te sonrojas fácilmente -dijo, con algunas palabras, alguna vez.- No eres convencional. Conquistarte a ti debe ser una experiencia estimulante. La verdad es que él provocaba que mi alma se sonrojase todo el tiempo, si es que existe tal cosa como el alma.


Me excitaban, de alguna u otra manera, las dicotomías, las incongruencias. El hecho de que él fuera un Ingeniero Civil, el perfecto partido para presentar a mis padres, si fuera pareja de mi hermana y no mía; y la especial aversión que guardaba hacia la profesión y que me había hecho olvidar por completo. Eres el primer chico de diecinueve años que me pone a pensar, dijo una vez. Eres el primer Ingeniero Civil que me pone a pensar, generalmente me ponen de mal humor, le respondí. Me excitaba la sencillez y practicidad con la que veía todo frente a mi actitud innecesariamente analítica y sensible que creo que él estaba empezando a reconocer. Me excitaba cómo me sentía como un niño a su lado (en parte por la diferencia de edad, en parte por otras cosas) mientras que sólo me hacía falta usar un brazo para dominarlo totalmente. Me excitaba que, al enviarme mensajes de texto, cuidara meticulosamente su ortografía, al grado de utilizar tildes de más. Tus ojos pequeños, tu estructura tan frágil, tus comentarios incisivos, cómo te gustaba comentarme cuando le hablabas a la demás gente de mí. Él es Martín, lo vas a estar viendo seguido de ahora en adelante. Eso le dijiste a tu compañera de casa. Yo no podía dejar de pensar qué significaba realmente todo eso.


Llegaste, en muy poco tiempo, a conocer cosas que algunos de mis amigos quizás no sepan de mi personalidad. Nunca se me va a olvidar la vez que me quedé profundamente dormido mientras me abrazabas. Desperté termprano en la mañana y no llegué a dormir a mi casa. Me quería volver loco, nunca había dormido fuera de casa sin previo aviso. Cuando me dejaste en la avenida, dijiste algo así como: Tranquilo, no te vayas a enojar. No vayas a gritar. ¿Cómo sabías que esa sería mi reacción? ¿Cómo lo sabías si yo nunca...? Me estabas conociendo. Y todo porque bajé mi maldita guardia. Me habías obligado a hacerlo mucho tiempo antes. ¡El que antes no podía quedarse dormido en cama con nadie, ya se quedó dormido! -dijiste una vez. La primera noche que dormí en tu cama fue un desastre y hubo que confesártelo. Ahora, lo que era un comentario sobre uno de nuestros pequeños éxitos, hace eco en mis oídos con tono de burla, como si te estuvieras jactando de mi vulnerabilidad, de tu poder sobre mí, de lo que sea que me estabas haciendo.


Echaste a la mierda el inicio de un nuevo año. Yo tengo mis pequeños rituales inquebrantables, ¿sabes? (se lo estoy diciendo a él ahora, y ni siquiera lo había notado) Pero todo lo que tú decías hacía que todo pareciera en un perfecto orden. Yo creo que me porté muy bien este 2007 -dijiste una vez, y yo tuve que preguntar ingenuamente por qué- pues porque ahora que empieza el 2008, me están premiando, -respondiste. ¿Qué hice yo en el 2007 para que me sucediera esto así?


¿Por qué? Me lo pregunto. Y no lo hago porque quiera enmendarlo, porque te quiera de vuelta. Creo que ya no te quiero ni tantito, eres una mierda de persona. Me lo pregunto porque me insulta la forma en la que decidiste acabar con las cosas, sólo desapareciendo. Me pregunto si yo tuve todo el tiempo puesta una cangurera que finalmente descubriste y tuviste que salir corriendo fingiendo dolor de cabeza. Me pregunto si confundiste una semana de abstinencia hacia cualquier tipo de complacencia sexual con eyaculación precoz. (Porque también se me olvidaba que echaste a la mierda el único viaje que me voy a poder costear en este año.) Me pregunto si te sentiste invadido porque creíste que yo te quería ver todo el tiempo aunque estuvieras ocupado (porque yo también soy una persona con muchas responsabilidades, ¿sabes?), cuando en realidad lo único que sucedía, es que yo ya sospechaba que te querías ir, y quería saber por qué, quería una razón. Creo que merezco una razón.


A final de cuentas, ¿qué podía yo esperar de alguien que conocí por Internet? Yo solía romantizar esa situación para mí mismo, reconociendo en esa forma, una inherencia al enamorarse a través de las palabras.


Se me olvidaba que las palabras no son más que un bello espejismo. Como ese del fervor que pretendías.


Y después de todo, todo termina, otra vez, con el principio. Veinte minutos, malditos veinte minutos, esos en los que yo te escribía el mensaje adecuado a través de la Internet. Veinte minutos bastaron para poner en desorden mi habitación otra vez. ¿Quien puede limpiar una habitación cuando la gente entra y sale tan indiscriminadamente? ¿Cuándo entrará alguien que venga ayudarme o, al menos, que se siente a un lado de mí mientras yo lo hago? Quizás sea mucho pedir, si tan sólo lo hubiera sabido antes que empezase el año...