jueves, 26 de junio de 2008

De amistades, casualidades, coincidencias y largas relaciones.



Aproximadamente cada tres o cuatro meses, sin importar lo que esté sucediendo en mi vida, tengo un bloqueo que se aparece sin falta y que me impide realizar de manera satisfactoria mis quehaceres cotidianos. Suena interesante, pero habría que apuntas que es sumamente impráctico y que ha provocado una innumerable cantidad de errores, graves crisis y efectos a largo plazo. No puedo leer, no puedo escribir, no puedo estudiar, no puedo despertar temprano en las mañanas ni mantenerme despierto en las noches. Sólo puedo pensar y pensar. Los temas son muy vastos y, a veces, recurrentes, pero bien podría decir que, si recolecto cada uno de esos temas, formaría una muy buena lista de mis miedos, los más profundos.

Es aproximadamente al final de cada uno de esos períodos que me decido a escribir aquí como una de mis más grandes medidas terapéuticas, la más efectiva. De esa manera, de pronto, todo lo que parecía inefable, inconfesable, irremediable, absolutamente oscuro e interminable, adquiere la forma de no muy complejos sintagmas que decididamente me propongo componer. A veces pienso que escogí mi carrera más por lo mucho que me gusta escribir que por lo mucho que me gusta leer a los demás. Es una idea peligrosa, pero tengo que confesar que a veces parece la única razón. Después recapacito y me pongo a pensar en la lista de personas que conforman la intimidante sombra que está detrás cada vez que me siento a escribir. Cada meticuloso repaso de una obra es, a veces, más alentador de lo que esperaba.

Este verano, que yo predecía como uno lleno de tiempo libre, de ocio y alguna que otra aventura, se ha convertido en su total opuesto. Estoy adelantando dos materias en verano y, no puedo decir que sean precisamente de una exigencia especial que me quite el tiempo, pero la falta de dinero me ha convertido en el ser más aletargado y fanático de postergar. Esto no le ha venido bien a mis maléficos planes. Independientemente de mi mala administración del tiempo, decidí que si no era ahora no era nunca, había que ponerle algo de emoción a mi vida antes de que el tedio y la monotonía me acabasen por enloquecer. Esa es la manera en la que decidí que explotaría el medio de las citas por Internet.

Me he encontrado con una cantidad de cosas que no me esperaba. No, al menos, en la escala en la que las encontré. Me sorprende, en primer lugar, la obsesión con el anonimato. Pensé, sinceramente, que eso ya no estaba de moda. Creo que es terrible y que no está bien, pero me encuentro en la necesidad de entenderlo. No vivimos en el mundo que muchos quisiéramos y, por más que mi bien seleccionado círculo de amistades me haga poco a poco olvidarlo, hay que reconocer que, allí afuera, la gente no quiere pensar. No soy la persona más pretensiosa que vas a encontrar por allí, pero para mí, ya todo está muy superado y todo se reduce a la capacidad de pensar. Me sentiría estúpido escribiendo todos y cada uno de mis ideales, me parece que son cosas viejas y evidentes, que si el sexo y el género, que si no son uno solo, que si el libre albedrío, que si la diversidad… Nunca he escrito al respecto, pero siento como si hubiera toda una pesada historia que le precede y que hace innecesaria la explicación. El asunto es que vivimos en un mundo (o será sólo un país) en donde la discriminación y la intolerancia son una realidad y que toda esa fijación con mantener una identidad secreta es hasta cierto punto justificable. La pregunta es, ¿qué tan lejos estoy dispuesto a ir yo?

Lo que no me parece bajo ningún concepto justificable es la forma en la que los parámetros de masculinidad se convierten en una nueva forma de división, odio y discriminación. Los sitios están plagados de hombres que buscan a alguien discreto, a alguien que no sea afeminado, a alguien que no sea obvio, a alguien que sea masculino, a alguien que sea viril. Estoy de acuerdo, yo también tengo mis preferencias en cuanto a la persona con la que estoy dispuesto a tener una relación, arrejuntarme, revolcarme, etc., pero no creo que esto tenga que adquirir dimensiones titánicas. Creo que la línea entre la preferencia personal y el repudio es a veces muy delgada y hay quienes la cruzan de formas descaradas. A mí, por ejemplo, no me gustan los asiáticos y, muy probablemente, nunca me gustarán. No quiero una relación con ellos ni quiero acostarme con ellos esporádicamente porque, simplemente, no se me antoja. Quizás algún día sí, o quizás nunca, justo como siempre odiaré la zanahoria. Así, si bien no creo acostarme con ningún asiático bajo ninguna circunstancia, estoy completamente seguro de que no me importa que la gente me vea caminando por las calles con uno de ellos y evidentemente, tampoco me molesta, bajo ningún motivo, la idea de desarrollar una importante relación de amistad con uno chino, coreano, japonés, vietnamita, inmigrante o cualquier otro.

Sí, yo sé que es completamente distinto, que en la búsqueda de un ‘vínculo’ con un hombre masculino en una página gay de citas, encuentros, tríos, orgías, o hasta donde llegue su torcida imaginación, se esconde también esa necesidad de esconderse frente a una desconocida masa discriminadora. Pero resulta que hay algo que me dice que todo va más allá de eso. Es como si para quien se concentra tanto en buscar la ideal pareja masculina, existiera una clase de alivio en pensar: “muy bien, soy homosexual, pero al menos soy activo, al menos no soy la reina del carnaval, al menos no me siento una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.” Es como si esa comprensible necesidad de anonimato escondiera, en realidad, un imborrable repudio hacia la propia condición. El reflejo en el otro provoca los más grandes miedos: “¿Los demás me verán así? ¿Acaso la gente piensa cosas sobre mi sexualidad cuando camino por la calles? ¿Tengo un caminar amanerado?”. No sólo no quieren ser descubiertos con el ‘otro-femenino’ en cuestión, sino que su presencia aturde su conciencia. Todo esto me resulta desencantador, y es por eso que aquella comprensible necesidad de protección ante la discriminación me causa aún más repulsión. Produce una silenciosa segregación dentro de las minorías; bajo ese ‘anonimato’ se asoma la realidad de una sexualidad que no se puede asimilar.

Entre más escribo, más me pregunto, ¿hasta dónde estoy dispuesto a llegar yo?

En fin, a lo que voy es que lo intenté y me llevé grandes desencantos (al parecer, la idea de ‘no saber’ está de moda, y no sólo en mi generación, sino que es un movimiento generalizado, créanme, hice un trabajo de campo) pero también me encontré con una que otra sorpresa y alguna posible amistad para el futuro. Lo que descubrí es que no me importa. Estoy increíblemente harto de buscar detalles ridículos. He llegado a la conclusión de que lo mejor que puedo hacer por mí mismo es reconocer mis estándares y disfrutar de una búsqueda que no espera, de ninguna manera, encontrar nada. Ya sabré reconocer cuando llegue algo interesante. Por ahora, I’ll just enjoy the ride. Son ideas que no me caracterizan, tengo formas muy estudiadas de llevar mi vida pero, cada día, me doy más cuenta de que simplemente ya no están funcionando.


Entre las buenas sorpresas que casualmente me llevé en mi cacería de hombres, fue la de un joven ingeniero recién graduado que casualmente me simpatizó mucho y a quien casualmente me disponía a encontrar, hace dos semanas, cuando se añadió a la lista de eventos de mi vida altamente anecdótica, un increíble producto de la casualidad que aún hoy sigue siendo fruto de una innumerable cantidad de bromas y dobles sentido. Había oído de gente lanzando huevos a las casas, había oído de gente lanzando huevos a los coches, pero definitivamente nunca había oído de gente que dedicara su tiempo libre a lanzar huevos DESDE los coches HACIA los peatones. De los muchos habitantes de la ciudad de Monterrey, el viernes 13 de julio del 2008 me huevearon a mí, y quizás a otro pobre vecino. Mi primera reacción fue reírme como hiena loca, tras mucho tiempo de quejarme de que mi vida me estaba aburriendo soberanamente, no esperaba que la respuesta cósmica hacia mis jotadas fuera a ser…lanzarme un huevo. Definitivamente un novedad, definitivamente no me lo esperaba.

De la misma forma en que la casualidad me hizo víctima del insospechado impacto con un huevo, dio la suerte que, por alguna razón, el huevo no se rompiera, sino que rebotara en mi panza de “no he ido al gimnasio en una semana y no planeo volver pronto” para después caer al piso y entonces romperse. Estoy casi seguro que mi catarsis hubiera sido enteramente distinta si el huevo se hubiera roto como era su propósito. (Además, iba yo muy bien encorbatado, y de seguro nadie hubiera podido soportar mi mal humor después del suceso.) Si lo pensamos objetivamente, lanzar huevos hacia la gente resulta, además de evidentemente agresivo, un gran despropósito. La probabilidad de que se rompa sobre la persona es muy baja y, en cambio, la de que lastimes severamente a alguien es relativamente alta. (Mi curso de verano en estadística no está influyendo en lo absoluto en mis conclusiones.)

El inesperado incidente del huevo, además de añadir el encanto cotidiano de una vida muy a la Woody Allen, fue como el clímax de una muy mala temporada. El asunto es que no me siento muy satisfecho conmigo mismo últimamente, las cosas no me salen tan bien como yo espero. No me puedo quejar del todo, pero es como si, a pesar de que todo estuviera en su lugar, me hiciera falta un breve impulso para realmente hacer lo que quiero sin estúpidos miramientos. Es, un poco, como el huevo. Quizás con un poco más de fuerza o en un ángulo distinto se hubiera quebrado, pero entonces, ¿hubiera estado feliz? Lo único que sabía es que el concentrarme tanto en esto no era sintomático de nada bueno. Los últimos meses me he obsesionado con una que otra situación que bien podría ya dejar ir. Y a eso me ha llevado esta cadena de coincidencias.

Resulta que, estando sumido en estas reflexiones, me vi impedido de mis responsabilidades… se me atrasaron todas las tareas de mi clase de Ética. Eso me trajo, el jueves 19 de junio a encontrarme en el mismo vip’s desde el que escribo esto, para fumar todos los cigarros y tomar todo el café que pudiera mientras me ponía al corriente con todo aquello. Entre el humo del cigarro, el calor del café y el estómago vacío, algo pasó que, de pronto, todo entró en crisis. De pronto, un extraño dolor en el vientre y unas insoportables nauseas me invitaban a salir corriendo hacia el baño. No tenía nadie que cuidara mi computadora y sabía que si llegaba hasta allá, no iba a regresar pronto. Mi garganta se me hacía un nudo. Me sentí profundamente solo y tuve que hacer no-sé-yo-qué para controlarme.

Una vez controlado el asunto, caminé hacia mi casa tan tranquilo como pude, sólo para entrar estallando en una incontrolable tos. Era como si los músculos de mi garganta palpitaran de tal forma que contraían el espacio vital. Así, ante el impulso de la nausea, cedí expulsando el producto de una rinosinusitis histórica. Rara vez me había sentido tan mal. Una vez repetida la escena, me vi obligado a tomar una decisión.






Pocas veces me veo tan anclado a una relación. Siempre, siempre me aburro. Pero esto fue una relación tóxica, el nivel de dependencia fue evidente. Compartimos muy buenos momentos. Estuvo ahí para mí en muy importantes decisiones, grandes decepciones, importantes éxitos. Fue para mí un bálsamo contra las frustraciones cotidianas, un oasis frente a la rutina diaria. Se tenía que acabar. Tengo planeada una muy fructífera vida sexual y una alargada y vital juventud. Nadie me va a decir a mí como llevar mi vida. Después de todo, yo no estoy hecho para las relaciones a largo plazo, y si la pasamos bien por un rato…it was just a LUCKY STRIKE. Ahora veo al cigarro de una forma extraña. Hay esa nostalgia de una vieja relación. Lo veo, y es precisamente así. Sabes exactamente cómo es, lo conoces por todos lados, pasaron muy bonitos momentos juntos, sabes que hace muy bien su trabajo, pero prefieres pasar… sabes exactamente cómo va a terminar eso. Mejor seguir con mi vida como siempre, no strings attached.




Cuando nos conocimos casualmente hace aproximadamente dos años, jamás sospeché que fuera a durar tanto, pero hay que reconocer que trajo a mí una compañía muy importante. Se llama Hilda. A mi las relaciones amorosas no me han funcionado. Me da miedo convertirme en una de esas personas que de pronto resuelven su vida y es como si todo se acabara, no más misterios, no más enigmas, no más nervios, no más retos, no más hombres desconocidos, no más buscar, no más cansarse, no más volver a empezar. De pronto, simplemente, todo se normaliza…como esperando que la vida se acabe.

Es por eso, quizás, que me resulta tan imposible. No quiero el final de nada, me gustan las cosas que se renuevan a si mismas. Gracias a ese intercambio social, ella tenía los cigarros, yo tenía el encendedor, me he dado cuenta que lo mejor que puedo hacer es compartir con mis amigos ese interminable devenir anecdótico en vez de concentrarme en que se acabe. Después de todo, las coincidencias no resultan ser tan malas como parecen. Me han traído una gran amistad y la conciencia de que no estoy dispuesto a depender.

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La coincidencia me llevó también, este verano, a enfrentarme a una de las situaciones que seguro van en mi lista de las más horribles. Nunca había estado tan conciente de lo querido que realmente soy.

GRACIAS POR ESTAR AHÍ PARA MÍ.

Quizás, verdaderamente, hay cosas que nunca cambian.

Lo digo con una taza de café en la mesa….sólo una taza de café. Sólo la taza y yo.

Quizás, verdaderamente, hay cosas que nunca cambian.